miércoles, 11 de julio de 2012

LA EMBAJADA DE ISRAEL, UN EFICAZ CHECK POINT

Una estudiante Palestina cruza un check point en la ciudad de Belén, ocupada por el ejército israelí.
 
El encuentro
Coincidieron las miradas. Entre los canapés y el vino español que se sirvió, tras una prestigiosa entrega de premios de la agencia estatal de noticias EFE, a los más destacados periodistas españoles y extranjeros del año, presidida por sus Majestades los Reyes de España.
Él, con su flequillo a lo Beatles y su mirada imprevisible tras unas gafas de montura de pasta negra. Yo con la mía: Sorpresiva, expectante. Como se sabe, con la llegada del Partido Popular al Gobierno de España, las agendas y el listado de invitados han dado un vuelco espectacular. Y son otras gentes, las que se encuentra uno en los actos y las que acuden a los grandes eventos. Personas afines o más en consonancia al signo político conservador del gobierno actual.

-El embajador de Israel. ¿Verdad?. Le pregunté, en cuanto se me acercó.
-Si. Soy el embajador de Israel. Me ratificó.
-Soy Roberto Cerecedo, me presenté.
-Si. Se quien es Vd. Encantado de conocerle. Ya me dijeron que posiblemente nos encontraríamos aquí. Podríamos vernos uno de estos días en la embajada y hablamos.
 -Sería un placer, embajador.
-Dispondré entonces, me dijo, que le llame el director de mi Gabinete, para fijar una cita.
-Estupendo. Espero su llamada entonces embajador.

La cita
Efectivamente, unos pocos días después, la esperada llamada de la embajada. Me pongo. Y al otro lado del teléfono, una señorita, Francisca, me dice que el señor embajador del Estado de Israel, Alon Bar, me recibiría el martes, día diecisiete de abril, a las diez de la mañana, en su Embajada. Acepto encantado. 
Ese día, en la capital de España, lucía un sol espléndido, con una temperatura muy agradable, muy propia de la estación primaveral en la que nos encontrábamos, antesala de los calurosos meses de verano. 
La embajada de Israel se encuentra a escasos diez minutos de la sede de la Asociación de Periodistas Gráficos Europeos. Por lo que decliné la gentil invitación me ofreció el taxista que se encontraba aparcado en la puerta y aproveché para subir por la calle del pintor Diego de Velázquez, efectuando el breve, pero placentero paseo, que me obsequiaba esa hora de la mañana.

El paseo
Haciendo camino al andar, fui dejando, a mi izquierda, alguna que otra legación, principalmente de países americanos y asiáticos y algún que otra ostentosa casa solariega, del pudiente barrio de Salamanca, en donde nos encontramos. 
Como me sobró el tiempo, a muy pocos pasos de allí, me detuve unos minutos delante de la embajada del Japón para contemplar su magnífico edificio a rayas rojas y blancas. Y la casualidad hizo, el que coincidiera, en ese preciso instante, con el acceso a la embajada nipona de un numeroso grupo de ciudadanos japoneses, ataviados con vistosos trajes de gala del país del Sol Naciente.

El saludo nipón  
Ciudadanos del Sol Naciente que me saludaron, cordial y ceremoniosamente, inclinando el torso hacia delante. Saludo al que yo correspondí agradecido de igual forma, con los pies juntos, gozoso. Y enseguida me invitaron a acompañarles al maravilloso evento festivo les esperaba. Amabilísimo ofrecimiento, que tuve que declinar obviamente, muy a mi pesar.

El edificio de la embajada israelí
Reanudé el camino hacia la embajada israelí.
Todo se antojaba muy cordial, en un día de primavera soleado. 
En el número ciento cincuenta de la calle Velázquez, sede oficial en España de la Embajada de Israel,  vi una furgoneta de la Policía Nacional Española, con varios policías nacionales dentro, aparcada delante del edificio, a los que saludé  cordialmente y ellos correspondieron a mi saludo.
Al levantar la vista, no aprecié, en la fachada del edificio de viviendas comunitario, bandera, ni placa, ni distintivo alguno que identificara a la Embajada de Israel. Tampoco figuraba reseña alguna en el portal, ni en el tercer piso. Aunque si aprecié, que habían retirado una enorme y llamativa pancarta que llevaba varios días adherida a la fachada de aquel bloque de viviendas.

Una voluminosa pacarta de autoría desconocida
"Este es un edificio de viviendas particulares. No solamente de la embajada de Israel". 
"Por lo que favor, no griten ni hagan ruido ni arrojen objetos contra la fachada".
La voluminosa pancarta, con llamativas enormes letras negras, fue escrita, supuestamente, por los propietarios e inquilinos del edificio de viviendas del número ciento cincuenta de la calle Velazquez. 
Las, a veces, incómodas relaciones de vecindad, ocasionadas de forma directa o indirecta, por vecinos no deseados, producen estas cosas. 
 
Vecinos hartos
Era la protesta clara y contundente de los vecinos y propietarios de las viviendas del edificio,  hartos de soportar los gritos y del limpiar diariamente los cristales, las ventanas y paredes de sus casas, del impacto de los numerosos huevos, piedras y terrones, ocasionadas por las continuas manifestaciones y las masivas protestas ante la embajada israelí, por su política exterior, la colonización, el aparheid  y la larga ocupación de los territorios palestinos. 
 
El acceso a la Embajada
Sobrepasé el portal. El portero del inmueble me atendió enseguida. Y en cuanto le expresé a donde me dirigía, me acompañó hasta el ascensor y pulsó el botón del tercer piso, antes de cerrar las puertas del ascensor.
-Encontrará la Embajada de Israel al salir del ascensor. Me confirmó.
-Gracias. Muy amable. Le contesté.

Un control en el descansillo comunitario 
Al llegar al tercer piso, en el descansillo comunitario de la planta, nada mas salir del ascensor, me encontré frente a una puerta blindada y en el espacio de la derecha dos sillas: Una vacía y la otra ocupada por un policía nacional, que al verme se levantó y me saludó muy cordialmente. 
Me presenté enseguida y al significarle  que tenía cita con el embajador de Israel, me indicó, cortésmente, que pulsara un botón rojo que habitaba en la pared, a la altura de la puerta y esperara. 
Así lo hice. A los pocos segundos creí oír una voz, casi ineludible, con un acusado acento extranjero, que salía de no se de donde.

Eran las diez en punto de la mañana
-Tengo cita con el señor embajador. Soy Roberto Cerecedo.
Pero de nuevo la voz, casi ineludible, de marcado acento foráneo, me repitió algo que no se entendía. 
El policía nacional se incorporó de la silla de inmediato y acudió prontamente en mi ayuda:
-Le está diciendo que se ponga delante del ascensor, con los brazos separados del tronco. 
Son las normas que ellos establecen. Me confirmó.
-Muchas gracias. Así lo haré. Le contesté.

Sanchin Dachi
Solícito, entonces, me puse delante del ascensor en posición Sanchin Dachi. La posición humilde, de espera, de los cinturones negros de karate Do, del camino de la mano desnuda, como es mi caso. 
Lo hice con las puntas de los dedos hacia el interior, el cuerpo al frente, la cadera bien derecha. Los pies paralelos, con un ancho que es igual al de los hombros. Las rodillas ligeramente dobladas. El peso distribuido entre las dos piernas por igual y los brazos separados del tronco.

Gran Hermano
No sabría precisar el tiempo que tuve que permanecer inerme en esa posición. Pero al dirigir la mirada hacia arriba, aburrido, vi un gran ojo de cristal que me observaba. Una gran bola, de color rojo, me miraba fijamente, a lo Gran Hermano. 
Una cámara, bien sujeta al techo del descansillo del inmueble, estaba capturando mi imagen. 
Recuerdo que reprimí un fuerte deseo irrefrenable de saludar a la cámara y que, transcurridos otros varios interminables minutos y sin previo aviso, se abrió la puerta incrustada en la pared y surgió de sus entrañas la figura de un hombre joven, de unos veinticinco años, macizo, muy cachas, de aproximadamente un metro sesenta de estatura, vestido con un niki de manga corta negro, unos pantalones negros muy ajustados y unos zapatos negros. 
La puerta se cerró inmediatamente tras de si.
El joven no dijo nada. Tan solo fijó su mirada en mi.
 
El desencuentro
-Buenos días, le saludé. Ni nombre es Roberto Cerecedo. Tengo cita con el señor embajador. 
Él tan solo volvió a mirarme, de arriba abajo, sin emitir sonido alguno. Luego abrió la palma de su mano, la comprimió, y atrajo, hacia ella, por dos veces, el dedo índice y anular de su mano derecha, como queriendo que le mostrara algo.
-¿Desea que me identifique?. Le respondí.
 -El carnet de identidad. Me dijo tajante, con un marcado acento extranjero.
En cuanto se lo facilité, desapareció de inmediato por la puerta por donde había salido.
De nuevo, varios minutos, de interminables de espera. 
 
Nadie sale a recibirme
Como tardaba, me senté en la silla que permanecía libre del descansillo comunitario del tercer piso, al lado del policía.
-Es el protocolo que rige aquí. Asintió el policía nacional, como tratando de excusarse al contemplar mi cara de sorpresa, por lo que estaba sucediendo y que nadie del personal de la embajada hubiera salido a recibirme.
-Vd. no tiene por qué excusarse. Está cumpliendo su cometido con gran profesionalidad. Ha sido y está siendo, muy atento conmigo.
-Gracias. Eso intento. Me contestó.

Un eficaz Check Point 
Corría el reloj. Eran casi las diez y treinta y ocho minutos de la mañana. Al fin, de nuevo, se abre la puerta de la embajada de Israel. 
Me incorporo presto, creyendo que ya podía pasar. 
El embajador me estaba esperando desde las diez. Por un momento, creí que alguien salía a recibirme. 
Pero compruebo que no. Es el mismo joven vestido de negro. 
La puerta se cierra a continuación y sin decir palabra me devuelve mi carnet de identidad y me hace un gesto con su mano derecha, para que le siga. 
En el espacio de la izquierda, del descansillo comunitario de la planta, al otro lado del ascensor, fuera del recinto de la embajada, se aposentaba un arco detector de metales.
Guardo el carnet en su sitio correspondiente de mi cartera, deposito en una bandeja negra llaves, teléfono móvil, un pen drive y los bolígrafos y paso bajo el arco de detector de metales, pero la máquina pitaba. 
Saco entonces las monedas. Pero la máquina pitaba y pitaba. Pero con un sonido fuerte, agudo, prepotente, chirriante. 
Como no llevo nada metálico encima y la máquina no dejaba de pitar, levanto los brazos y me acerco al joven para que me cachee. Pero él se retira, rápidamente, unos pasos hacia atrás, asustado y me hace gestos ostensibles con las dos manos que no me acerque y me señala de nuevo el detector de metales. 
Le digo que el señor embajador me espera hace tiempo. Que estoy invitado por él. Que le diga a su secretaria que estoy en la puerta para que vengan a recogerme.

-No hablar español. Y no trabajar para Vd. Me contesta.
¿Llevar armas?. Me pregunta.
-Vengo, invitado expresamente por el señor Embajador. Soy periodista. 
El ir armado en España es un delito. Al menos que se tenga licencia de armas. Y eso solamente se concede a ciertos colectivos de seguridad y las fuerzas de orden público y de seguridad del Estado. 
Haga el favor, de decirle al señor embajador que me encuentro aquí. Gracias.

El embajador del Estado de Israel Alon Bar, en el Desayuno Coloquio de la APGE
  
Una chica de cabellos rubios
Procuro mantener la tranquilidad y la flema británica adquirida durante mi período de estudiante en Inglaterra, ante aquel joven fibroso, cuando contemplo que se detiene el ascensor y sale de él una chica rubia, muy mona por cierto, veinteañera, ataviada con una camisa de seda azul bordada a mano, de esas que se venden en los zócalos de las calles de Tel Aviv, unos blue jeans muy ajustados y unas botas de cuero. Y observo que se dirige al joven de la puerta en un idioma desconocido. 
Lo hace en un idioma fluido, totalmente desconocido para mi, posiblemente de mas allá de los Montes Urales. El rudo guardián, me hace un gesto enérgico para que me aparte y la permita pasar. 
La joven sonríe, mientras se despoja de sus llaves, su móvil, sus monedas y el detector de metales no deja de pitar. Se quita entonces el cinturón, pero tan solo consigue que el detector se envalentone todavía más. Luego sus botas, sus anillos. Pero la máquina continúa pitando. 
Inició entonces el gesto de despojarse de sus blue jeans, y de su camisa, para quedarse en ropa interior, mientras yo pensaba para mis adentros:
 -Mira tu por donde, después de todo me va a dar una alegría esta chica. 
Pero no tuve esa suerte. El detector de metales ya se da por satisfecho con las botas y los anillos y, sorpresivamente dejó de emitir el sonido nos tenía acostumbrados. 
El joven guardián de la puerta, posiblemente natural de Rusia, gesticula para que yo haga lo mismo. 
Le digo que de eso nada. Ya sin reprimir mi enfado.
 
Ha baytah. No tener permiso para pasar  
Pronuncia entonces una par de palabras en hebreo, que los palestinos conocen muy bien:
"Ha baytah". Que se puede traducir por: "No tiene permiso. No puede pasar"
Porque el ejército ocupante israelí no habla árabe, alguno algo de inglés y así es como se dirigen sus soldados a los palestinos.
Estas son las dos palabras, que una y otra vez, repiten los soldados israelíes del ejército de ocupación  a los ciudadanos palestinos que transitan por su tierra, en cada uno de los más de doscientos cincuenta check points que tienen distribuidos por todo los territorios ocupados.  
Tajante, le repito que he sido invitado  por el  señor embajador. Y que si el embajador desea verme, ya sabe donde encontrarme.
Le doy bruscamentela mi espalda, sin perderle de vista,  me despido del atento policía nacional, e inicio, muy molesto, el camino de vuelta.

La humillación
Al llegar a mi despacho trato de contactar con la embajada de Israel. Pero nadie toma el teléfono. 
No dejo de pensar en la humillación diaria a la que se ven sometidos los ciudadanos palestinos por la ocupación, despojados de sus viviendas, de sus mas elementales derechos, obligados a pasar por los siniestros Check Points en su propia tierra, desde hace sesenta y cuatro años.

La llamada
Al día siguiente, nada mas llegar a mi despacho llamo de nuevo a la embajada israelí. 
Coge la llamada la señorita Francisca, que me dice que me pasa con el embajador, puesto que desea hablar conmigo.
 -He estado intentando hablar con Vd. sin conseguirlo Señor Cerecedo, me dice al otro lado del teléfono el jefe de la legación. No hemos podido vernos ayer. Pero puede venir otro día.
-Perdón, señor embajador. Pero tras lo acontecido ayer en el Check Point de la entrada y al no salir nadie a recibirme,  prefiero, si fuera tan amable, que nos visitara Vd. 
Se me ha ocurrido que podíamos tener un desayuno de trabajo, dentro del ciclo de Desayunos Coloquio que venimos realizando en la sede de la Asociación de Periodistas Gráficos Europeos, con la Junta Directiva y los periodistas que lo deseen .
-¡Ah! Muy bien.

El Desayuno Coloquio
El martes, día 23 de mayo de 2012 a las diez horas, se realizó el previsto encuentro. 
El día anterior comuniqué la visita del Embajador de Israel al jefe de seguridad del edificio del Ministerio de la Presidencia, donde tiene su sede la Asociación de Periodistas Gráficos Europeos APGE. 
Un edificio magnífico de catorce plantas, dotado de Auditorio, Sala de Prensa, Briefing, Sala de Exposiciones, Sala de Reuniones, Restaurante, Parking y de las últimas tecnologías. 
Puse especial empeño de que me avisara la señorita Francisca, en cuanto saliera de la Embajada, para recibirlo en el pasaje de acceso y evitarle así el pasar por el detector de metales de seguridad de la entrada del edificio.
Afortunadamente, no todos somos iguales.
 
El encuentro
El embajador de Israel en España, Alon Bar, que  fue el número dos de la Legación Israelí entre los años 1994 y 1998 vino acompañado del consejero portavoz, Lior Haiat, por el responsable de prensa, Uriel Macías, por dos guardaespaldas y por dos Policías Nacionales.
Al contrario  de su predecesor en el cargo, del Embajador Rafael Sultz, que salió tarifando de España, a la que acusó de anti semita, el embajador Alon Bar aboga por profundizar el diálogo mutuo con España en todos los ámbitos, en especial en el terreno cultural, económico y social.
A preguntas de los periodistas asistentes al Desayuno Coloquio, evitó las preguntas comprometidas, hizo una defensa de la legitimidad de unas fronteras seguras para el Estado de Israel y mostró su comprensión por lo que de perjuicio pueda suponer para otros.
Sobre todo por el muro de separación de acero, cemento, hormigón y alambre de espino, que les separa de los palestinos y también a los israelíes de los egipcios, sirios, jordanos y libaneses y que esto dificulte la libre circulación de personas, sobre todo de los ciudadanos palestinos en los territorios ocupados por el ejército israelí. 
Al finalizar el desayuno coloquio, distendido y amigable, acompañé al señor Alon Bar hasta su coche oficial, rodeado de sus dos guarda espaldas y los dos miembros de la Policía Nacional, mientras me expresaba su satisfacción y su profundo agradecimiento por el agradable encuentro mantenido.

Roberto Cerecedo. Todos los derechos reservados. Queda rigurosamente prohibida su reproducción total o parcial, por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, sin autorización expresa y por escrito del titular del copyright, bajo las sanciones establecidas en las Leyes.