lunes, 4 de septiembre de 2017


FRANCISCO CERECEDO
 CUARENTA AÑOS DE AUSENCIA

 
Francisco Cerecedo. Madrid 1975. Fotografía © Roberto Cerecedo
 
Fue lo más duro de mi vida, claro
A media mañana del jueves 1 de septiembre de 1977, el director del semanario de información Cambio 16, José Oneto, uno de sus mejores amigos, me llamó para decirme que mi hermano, el mítico periodista, escritor y fotógrafo Francisco Cerecedo había sufrido un ictus. Un derrame cerebral sanguíneo masivo, un “aneurisma intracraneano, hemorragia meningo-cerebral”, según el parte médico del Hospital Militar de Bogotá.
Me llamó a nuestra casa de la calle Almirante, 20 de Madrid. Francisco Cerecedo había encontrado la casa de su vida unos meses antes: amplia, soleada, de casi doscientos metros cuadrados, con tres salones, cuatro dormitorios, dos cuartos de baño, una cocina inmensa, y vecina a su territorio preferido, donde solía, a unos pasos del Oliver, donde acudía todas las noches a tomar su primera copa, y en la misma manzana del Gran Café Gijón, donde tertuliaba.
Nos habíamos trasladado allí hacía poco y la había ido amueblando poco a poco, festejando cada hallazgo, con grandes muebles y altos armarios de madera color caoba, de ésos que nadie quiere, por estar fuera de moda y porque no hay casa que pueda acogerlos y que tanto le gustaban. Aquel tercer piso de la calle Almirante tenía los techos muy altos, fuera de lo común, podían con todo. Era tan hospitalario como él.
Solía encontrar los muebles en el Rastro madrileño y la mayoría de las veces los adquiría por poco dinero. Y compartía su sonrisa amplia, entre sorpresiva, pícara y burlona, por la satisfacción que le producía cada hallazgo, con la del vendedor, que se desembarazaba de un armatoste más viejo que antiguo y de difícil colocación en el mercado.
El descubrimiento de la que sería su nueva cama, de barrotes negros y rematada con bolas doradas, amplia y alta, con una poderosa cruceta de hierro, fue uno de los más celebrados. La compró en un almacén al borde de una carretera camino de Salamanca, en compañía del buen periodista y mejor amigo Manuel Bueno, en un viaje que realizaban juntos.

Se lo disputaban
Los responsables de las nuevas empresas periodísticas ya habían advertido lo productivo que era tener a Francisco Cerecedo en sus Redacciones y se lo disputaban. Pero fue el también malogrado Juan Tomás de Salas, editor de Cambio 16, un imprescindible referente informativo de la lucha por la libertad y la democracia, quien se hizo con sus servicios a mediados de 1975, a instancias de José Oneto y a la vista de su trabajo en Posible, otro semanario de información general, editado por Alfonso S. Palomares y por Heriberto Quesada y a donde lo había llevado Miguel Ángel Aguilar. Y cuando apareció Diario 16 de Madrid, Francisco Cerecedo simultaneó su trabajo en ambos medios del grupo de Juan Tomás de Salas.
De modo que Francisco Cerecedo contaba, ¡al fin!, con una casa grande, confortable, acorde con sus deseos y con un trabajo estable y bien pagado, acorde con su profesionalidad y talento. Un trabajo que le permitía viajar con gastos pagados, sin tener que negociar a la vuelta la publicación de sus reportajes con el sedentario de turno, y una casa que le permitía abandonar la provisionalidad de las que había tenido hasta entonces.

Carta al director
A los veintidós años, Francisco Cerecedo escribió una carta al director del diario El Pueblo Gallego, de Vigo, su ciudad natal, para solicitarle colaboraciones y en la que hacía referencias autobiográficas y sobre sus conceptos de la religión, el amor y la época de vino y rosas que le tocaba vivir. Todo, en su peculiar línea irónica.
Carta que hoy en día sería del todo  impensable, que uno de nuestros hijos la escribiera y enviara al director de un medio de comunicación para soliciarle trabajo:
“Sr. Director: Quiero escribir en su periódico. Acompaño unos detalles biográficos por si le interesara una colaboración de estas características.
La última vez que nací fue hace 22 años en esta ciudad de Vigo. De mis anteriores nacimientos no guardo casi recuerdo alguno. Aparte que no podría decirlo. Pero ha influido en mi más el espíritu griego que el romano. Prefiero perseguir a una joven por la orilla del mar, salpicando en el agua, el aire lleno de sus risas, que asistir al circo de los gladiadores, leones y cristianos.
Estudié en los Jesuitas, graves varones que tanto han influido en mi formación, y una vez acabado todo lo que la ley reconoce que ellos podían enseñarme, me fui a hacer Derecho a Salamanca.
Allí, entre catedráticos, estudiantes y clérigos aprendí a disfrutar de los placeres de la mesa y el espíritu. Salamanca no era nueva para mí, no me sonaba a desconocido. Y es que probablemente hubiera estado allí anteriormente antes de llegar por primera vez.
Los que me conocen, Sr. Director, dicen que veo el mundo con una mezcla de cinismo y de ternura, y esto quizá le convenga para su periódico.
En cuestión religiosa, creo que en algunas cosas verdaderamente amables que me gustan y desecho otras que no encajan en mi estética particular. Soy algo irreverente, aunque creo que no es más que consecuencia de la reacción natural de estos temas al ser tratados con ese cinismo y ternura de que le hablaba antes. Si San Pedro resultara sin duda un buen anfitrión, estoy seguro que Satanás no lo sería menos, pues tiene amor propio y vale.
Mi paso sabe de bastantes caminos y bastantes horizontes. Navegando por el Rhin he oído a Paul Anka. Lorelei ha enmudecido, y dudo si no escuchará ella también. Ya no es la de antes.
He asistido en París a todas las puestas de sol de un mes de septiembre. Y unas cuantas que no pude contemplar habrá sido por estar amando.
De las mujeres no entiendo nada. Lo cual es ya saber demasiado. Sólo tuve una novia porque no pude conseguir que se quedara en flirt.
Me faltaba decir que ando buscando la mujer ideal, pero no sería verdad, Sr. Director. Y es que ya la he encontrado. Pero tuve poca fortuna pues ella también buscaba su hombre ideal y no era yo precisamente.
De las mujeres lo que más me gusta son los pechos. Recuerdo que ya me llamaba la atención cuando, siendo un adolescente, las diosas se apoderaban de mí sobre la arena.
No me gusta ir al cine con mujeres bellas porque el tiempo que paso sin verlas me parece tiempo perdido.
Soy monógamo por lógica, pues la poligamia suele dejar al hombre en ridículo.
No sé nada de política. Quizá sienta predilección por la influencia de la barba en la Edad Media. Por eso puedo discutir con cualquiera de luchas y partidos.
Amo a nuestro padre el vino sobre todas las cosas, y considero que, como regalo del más allá, no tiene precio. Y que el dinero que se da por él ha de tomarse como ayuda, tasa, óbolo pero nunca cambio de vulgar compraventa.
Me gusta conversar con los duendes que rebullen en el fondo de las tazas, platicar con ellos de todas las cosas, pedirles consejo, y luego poner la taza en mi oído para escuchar sus respuestas. Pero esto, naturalmente lo hago cuando estoy solo, sino la gente se escandalizaría.
Y nada más, Sr. Director, porque hablando de uno mismo no hay que olvidar la medida.
Gracias por haber dedicado su tiempo a mi carta. Quizá le interese una colaboración. Si es así, le agradecería me mandase avisar a la calle Progreso”.

Listo, ironico, vivo y tranquilo
“Listo, ironico, vivo y tranquilo”, así veía a Francisco Cerecedo el premio Cervantes de Literatura y amigo Francisco Umbral. Lo conoció en la casa que compartían Julia Barrero, su novia de siempre, y una de sus grandes amigas, la malograda periodista Juby Bustamante, casada con el periodista Miguel Ángel Aguilar. Y así lo escribió en su prólogo al libro de Cuco Figuras de la Fiesta Nacional (Ediciones Sedmay, Madrid, 1977).
“Su ironía y su inteligencia -prosigue Paco Umbral-, no tenían mucho que ver con lo que se entiende por la tradicional ironía e inteligencia gallegas, sino que ejercía una suerte de humorismo intelectual e idiomático más cosmopolita, y las vueltas y revueltas de su vida y su cabeza no eran exactamente las del campesino gallego, sino las de un hombre de gran inteligencia sin patria.
Y si mi primera sorpresa fue comprobar que tenía mucho mas talento de lo que sospechaba, mi segunda sorpresa fue el comprobar, asimismo, que gustaba a las mujeres mucho más de lo que yo ni siquiera había sospechado
Un día me dijo que había roto con el Blanco y Negro y con todo.
“-Ahora escribo por libre, como César González Ruano, y viene el ciclista a casa por las colaboraciones.”
Pero lo cierto es que se defendía mal y hacía viajes raros al Tercer Mundo, para la cosa de la revolución, y me llevaba a tomar té árabe a un salón que hay en la calle de Recoletos, que antes fue sala cultural, dirigida por el entonces desconocido Antonio Gala, con el nombre de El Árbol y antes un sitio para bailar donde iba algunas tardes la entonces desconocida Marisa Paredes.
Luego, con el despegue político del diario Madrid, Cuco empezó a funcionar ya como tal, llevó la ironía de su conversación a la prosa y lo hizo todo, desde los deportes hasta la política, con una sonrisa revolucionaria humorística y de escritor escéptico.
Le veía yo a Cuco entre Byron y Rimbaud, traficando en la causa de la libertad por y para lejanos países y lejanas razas, y siempre me contaba cosas de Arafat. Iba y venía a ese Oriente socialista y guerrero como un revolucionario romántico, y efectivamente había empezado a quedarle melena y barba de dandy de la revolución, y siempre aquella media sonrisa irónica y cordial”.



Con Felipe González, aeropuerto Madrid Barajas. 1977. Fotografía © Agencia estatal EFE

Por desgracia, la ilusión duró muy poco
En eso estábamos cuando surgió la posibilidad de acompañar al Secretario General del Partido Socialista Obrero Español, Felipe González, en su periplo americano. Allí, lejos de todo y de todos, encontraría la muerte.
El viaje era muy interesante, entre otras cosas porque el Secretario General del PSOE formaba parte del equipo de abogados que defendían a dirigentes socialistas chilenos encarcelados por el dictador Pinochet. Además, Francisco Cerecedo quería aprovechar esta cobertura informativa para realizar otros reportajes con los líderes de los movimientos guerrilleros de los países que iban a visitar, de los que era un gran conocedor y experto.
El martes 23 del mes de agosto de 1977 embarcaron en el último vuelo de Iberia al continente americano. Unos días después envió la que sería la última crónica de su último viaje: “El PSOE en las hermanas patrias”, que se publicó en el número del 11 de septiembre de Cambio 16.
Me llamó por teléfono nada más llegar a Bogotá desde el hotel. No recuerdo que nunca me hubiera dado noticias in situ en ninguno de sus viajes; creo que fue la primera y la única vez. También la que escuchara su voz a muchos kilómetros de distancia, desde el otro lado del mundo, para decirme que estaba bien, informarle de las llamadas y, como siempre, que “volvía enseguida”.
También recuerdo con absoluta nitidez, el desolado tono de voz y las palabras textuales del director de Cambio 16, nuestro amigo Pepe Oneto, al otro lado de otro teléfono en la calurosa hasta el agobio de la mañana madrileña de primero de septiembre: “Roberto, Cuco ha tenido un accidente en Colombia: es una embolia cerebral. Está muy grave. Está internado en el Hospital Militar de Bogotá. Lo están viendo los mejores médicos”.
No me lo podía creer. Todo tenía una sensación de irrealidad.

La libertad. Una asignatura pendiente
Era un tiempo en España en el que las mujeres ni siquiera podían abrir una cuenta corriente en una entidad bancaria si no tenían el permiso firmado del padre o de su reemplazo, el marido. Tiempos oscuros en los que la asignatura pendiente, curso tras curso, era la libertad que el régimen dictatorial del general Franco suspendía o aplazaba una y otra vez sine die; en los que al cruzarse en la calle con los grises, las fuerzas del orden público franquista, se apresuraba el paso, bajo los botes de humo y las pelotas de goma silbando sobre las cabezas y las sirenas de los coches de policía como música preferida. Total, 40 años de una España cutre, tenebrosa y arrastrada de los que 37 fueron vividos por Francisco Cerecedo. Su obra fue su trabajo periodístico; dejó escrito un fragmento de la vida de España y del mundo en años difíciles.

Sus artículos, su época, su pericia vital.
Sus artículos y reportajes, su obra, no por conocida, leída y releída no deja de sorprender como el primer día, tanto por la riqueza de su castellano, la de un escritor brillantísimo, como por ser la de un periodista adelantado a su tiempo, de una frescura tal que los cuarenta años transcurridos y la perspectiva que dicen que da tiempo, no hacen sino poner de relieve su lucidez.

El Premio Francisco Cerecedo de Periodismo
Francisco Cerecedo y Miguel Ángel Aguilar tenían una relación especial, quizá porque este madrileño de 1943 y aquel gallego de 1940 no sólo compartían ideas y creencias políticas y vitales sino la pasión del periodismo, estando licenciados uno en Derecho y otro en Ciencias Físicas, y el gusto por la ironía desmitificadora. Para Miguel Ángel, con la misma retranca que Cuco, Francisco Cerecedo era “su hermano”, como ha escrito. Desde el diario Madrid, no dejó de vincularlo a su trayectoria periodística y cuando los honorarios de Cuco no estuvieron a la altura de las posibilidades de la empresa, Aguilar lo llevó al semanario Posible, donde trabajaba, y Cuco se lo llevó después a Cambio 16. Miguel Ángel entendía y apreciaba como pocos el estilo y el trabajo de Francisco Cerecedo.
Por ello, para mantener vivo más que su recuerdo y la lección de periodismo que dio Francisco Cerecedo, creó e impulsó el premio de Periodismo Francisco Cerecedo desde la Asociación de Periodistas Europeos, cuya sección española fundó en 1981 y de la que es secretario general así como de la organización europea. En 1984 se celebró la primera edición del premio, bajo la Presidencia de Honor del otrora Príncipe de Asturias, don Felipe de Borbón, actualmente su Majestad El Rey. Premio que preside y entrega Su Majestad el Rey don Felipe y que va por su XXXIV Edición.

Premio que Francisco Umbral glosaba en uno de sus artículos:
"El premio Francisco Cerecedo, va cogiendo cuerpo, pero las nuevas generaciones de periodistas siguen sin saber muy bien quién era Francisco Cerecedo.
Bueno, queridos niños, pues nada menos que Lawrence de Arabia, pero de izquierdas, un dandy galaico y desplanchado que tenía la biblioteca tumbada y una guitarra encima, cara de Jesucristo y pluma de conspirador.
Conspiraba por la noble y antigua causa palestina y muchas veces nos llevó a tomar té árabe a algún establecimiento de Recoletos o Alfonso XII, siempre para conocer a algún árabe embozado o vestido de tal, todos en la galaxia revolucionaria de Al Fatah.
Empezamos a comprender el peligro árabe, que sólo era peligro para el dinero internacional del petróleo, gracias al sabor profundo y perfumado de aquellos tés, que sabían a sobaco de hurí joven. Cerecedo era irónico en la conversación, deslumbrante para las mujeres, terrorista de la prosa, bien contra Arias Navarro, bien contra el fútbol, bien contra el cielo de los infieles.
Qué amigo con sus amigos. A Eduardo García Rico le salvó de morir con la cabeza sobre los adoquines fríos de la madrugada. A mí me brindó la amistad del gran Eduardo Blanco Amor, aquel prosista exquisito y malvado, pues Cerecedo estaba también, naturalmente, en la mafia cordial de los galaicos.
Conozco pocos gallegos que no escriban bien el castellano, pero lo de Cerecedo era ya la violencia sonriente de una prosa eficaz y polvoranca.
Los amigos siguen sacando libros con los artículos de Cerecedo y las fotos de mi señora. No quería yo que se me escapase la cola de 1998 sin glosar el último premio del año y la memoria de un escritor periodista y conspiratorio que puso alegría en el Café Gijón, nocturnidad en Oliver y susto en todas las almas cuando moría en Colombia, como del rayo, en compañía de su gran amigo Felipe González. En la sesión que digo estaban Haro Tecglen, el gran José Luis Fajardo, que le puso un cielo de hojalata expresiva y adumbradora a nuestros sombríos setenta, Javier Pradera y tantos. Y tantas, que Francisco Cerecedo iba dejando un reguero de mujeres, pues siempre estaba haciendo biografía".

Cuarenta años de ausencia
Son cuarenta años de una ausencia que me ha marcado para siempre, en una España que dio un giro espectacular y una lección de tolerancia y civismo al mundo al reconquistar para el pueblo la democracia perdida, a la que Francisco Cerecedo tanto contribuyó unas veces con su fino humor y su pluma y otras enfrentándose a los grises o corriendo delante de ellos.
Una ausencia de cuarenta años que han sufrido amigos y colegas, pero, como se recoge a lo largo del libro La última vez que nací escrito por su hermano, el también periodista Roberto Cerecedo, Colección Memorama, editado por  Ediciones B, en el año 2002, quienes quizá más la hayan sentido, además de mí mismo, que era su primer protegido, han sido los desprotegidos de la tierra, desde los vecinos y las calles de sus ciudades a los ciudadanos de allende las tierras. Todos encontraron en Francisco Cerecedo un valedor.
Una ausencia ya de cuarenta años, muy propia de él, uno de esos viajes que de tan largos parecían eternos y a los que nunca logré acostumbrarme del todo. Como éste.

En Madrid. Una tarde noche despejada y calurosa del domingo 3 de septiembre del año 2017. Conmemoración de Cuarenta Aniversario del fallecimiento del mítico periodista, escritor y fotógrafo Francisco Cerecedo.

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