miércoles, 23 de febrero de 2011

AQUEL FRIO AMANECER DEL MES DE FEBRERO DE 1981

 
Amanecer del martes 24 de febrero de 1981. Fotografía copyright: Roberto Cerecedo

Un frío amanecer
A aquel alto y fibroso guardia civil, que tenía ante mi, el estrés y el cansancio le podía por momentos. 
Se le veía fornido, con boina de campaña, barba recortada, gafas, anorak de pluma verde oliva con cremallera. E intentaba, una y otra vez, acunar fuertemente su arma reglamentaria entre sus brazos.
Aunque no pudiera evitar que, en ocasiones, el fusil ametrallador español de asalto Cetme se le fuera deslizando entre los guantes de lana negros, que cubrían sus manos, en aquella fría mañana del amanecer del día 24 de enero, de la intentona golpista del 23 de febrero de 1981.
Toda la tarde y la noche el día anterior, había transcurrido henchido de grandes y fuertes emociones.
 
Un guardia civil con bigote
Un guardia civil con bigotes, ¡ozú, mi alma!, ¡qué miedo, gachó!, vecino del madrileño barrio de Chamberí,  había interrumpido la sesión de investidura del Presidente del Gobierno de España, la de Leopoldo Calvo Sotelo, en el Congreso de los Diputados, ¡pistola en mano!.
-“¡Ya volvemos a las andadas¡" "¡A equipararnos con una república bananera!”, había manifestado enseguida el Secretario General del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo Solares.

En los brazos de Morfeo
Reconozco, que el que suscribe, esta vez se había quedado en casa.  Aunque fuera despues el primero en llegar al Congreso.
Ese día no estaba dentro, como otras tantas veces. Prometía ser una tediosa tarde del mes de febrero y me había sumergido en el placentero sofá del salón y casi sin proponérmelo, pero sin ofrecer resistencia alguna, me deslizaba, progresiva y suavemente, entre los brazos cálidos de Morfeo.
Era la hora de la siesta y se escuchaba en la radio el trámite del monótono y cansino balbucear del secretario primero del Congreso, Víctor Carrascal, en lo que se esperaba sería, una rutinaria votación de Investidura del presidente Leopoldo Calvo Sotelo.

-Don Carlos Navarrete Merino.
-No-.Contesta el Diputado mencionado desde su escaño.
-Don Manuel Núñez Encabo.
-No- Contesta el Diputado.

Quieto todo el mundo
Cuando, de improviso, la Cadena Ser emitió un fuerte golpe, seguido de un llamativo alboroto.
Luego, una voz que grita alto y claro: ¡Quieto todo el mundo!
 
-Para una mayor información  véase artículo Memorias de un Golpista II-
 
Instintivamente, salté del sofá del salón, como un resorte, en busca de mi equipo fotográfico, el magnetofón, mi bufanda roja y el chaquetón marrón de cuero.
Por esos días eran continuos los rumores de  sucesivos intentos de golpes de Estado, propiciados por militares golpistas, hijos y nietos de los sublevados, nostálgicos del general golpista Francisco Franco.

Han matado a todos los parlamentarios
Salía precipitadamente por la puerta, cuando la radio vomitó una inquietante, estruendosa e interminable ráfaga de metralleta.
-¡Han matado a todos los parlamentarios! ¡Los han asesinado a todos!, fue lo primero que grité.

El traslado
En la calle paré el primer taxi que divisé y bajamos calle abajo camino al Congreso de los Diputados.
Al pasar por delante del Ministerio de Justicia no noté nada anormal, tampoco en la sede oficial de Telefónica, ni en la calle de la Montera, hábitat de las mujeres del buen vivir.
Siempre he creído que las prostitutas son una institución necesaria. Indispensable.
Estoy frontalmente en contra de las mafias y la esclavitud. Pero no contra la libre elección de la mujer de trabajar con el cuerpo.
Porque nadie tiene en cuenta, que hay una gran parte de la población de hombres que no es querida por las mujeres.
Gente incapaz de provocar ningún deseo: Los marginados, los desgraciados, los lisiados, los inútiles, los enfermos, los tímidos.
Es maravilloso entonces, como una grandiosa bendición caída del cielo, que existan grandes samaritanas, que les hagan disfrutar.

El ex teniente coronel Tejero
Eso mismo debió pensar también, aquel guardia civil con bigote, el ahora ex teniente coronel Antonio Tejero Molina.
Que no provocaba ningún deseo, cuando ordenó el cuerpo a tierra a los diputados: 
“Al suelo. Al suelo todo el mundo”, gritó con fuerza mientras las metralletas y los subfusiles vomitaban balas sobre sus cabezas. 
Tampoco cuando mantuvo a sus Señorías contra el suelo del Parlamento, junto a sus escoltas y al cuerpo de las Fuerzas de Seguridad del Estado, aquella tarde, del martes 23 de febrero de 1981.

El sueño enamorado
Me dicen, sus compañeros de vivienda, que después de haber sido expulsado del ejército sin honor, tras la asonada militar y cumplir una larga condena, que el ciudadano,  Antonio Tejero Molina no atiende el teléfono. Sobre todo en estos días tan frenéticos para él.
Vamos, que su teléfono no para de sonar para solicitarle declaraciones y entrevistas .
Pero que no es que no descuelgue el telefono por timidez, sino que lo tiene a nombre de su mujer Carmen Díaz Pereira.
Pero, afortunadamente, que se les puede ver juntos a ambos por los alrededores de la finca, dando placenteros largos paseos matinales. Sobre todo los sábados soleados por la mañana. 
Me dicen, que van cogidos de la mano, entrelazadas sus manos, enamorados. ¡Como el primer día! 
Bien agarraditos los dos, sábado tras sábado y algún que otro domingo soleado. 
Me dicen, que les han visto recorrer las calles de Madrid  del céntrico Barrio de Chamberí, antes de entrar de nuevo a refugiarse en el portal de su casa  Una lujosa y amplia vivienda, cedida por el Ejército Español.
Lejos, quedan ya, aquellos sueños de las adoradas montañas nevadas, cara al sol, con las banderas al viento, con los brazos en alto. 
¡Qué tiempos aquellos los de Antonio Tejero! ¡Qué diferente, cuando pistola en mano hizo temblar al Estado!
Pero el sueño, como todos los grandes sueños, tan solo había durado media tarde y toda una larga noche. Hasta el amanecer. 
Por lo que, sueño es ya. Pero sueño enamorado.
 
También le han visto en el metro
Dicen que le han visto en el metropolitano. Afirman, los que le han visto,que le han visto trasladarse en metro y con cierta frecuencia, a no se sabe bien  dónde.
Siempre sin rumbo conocido, sentado en un asiento al final del convoy. Cohibido, silencioso, tímido, marginado, sin la utilidad de antaño.
Sin importarle, lo mas mínimo el qué dirán.
 
No vamos a poder pasar
El taxista, un hombre cincuentón que prontamente me trasladaba al Congreso de los Diputados, en cuanto divisó la populosa plaza de la Puerta del Sol de Madrid me comentó:
-Aquí pasa algo. Hay follón de gente en la plaza impresionante. 
Voy a tener que dejarle aquí. No vamos a poder pasar.
-Han dado un golpe de Estado. Le respondí preocupado.
-¡Ahí va! Y yo sin mi mujer, solo en casa, con la nevera vacía y el pasaporte caducado.
Pues en cuanto le deje a Vd., doy la vuelta y paso por el mercado de la esquina, antes de refugiarme en mi casa.

El flash back
Por mi cabeza pasaron velozmente las imágenes, como en un rápido flash back,  de lo que había ocurrido en la Guinea del dictador Macías y en la de Chile y en la Argentina de los sanguinarios golpistas Pinochet y Videla.
También los nítidos recuerdos, que guardaba celosamente en mi memoria, de la película de la Revolución de los Claveles portuguesa del 25 de abril mil veces visionada.
Las imágenes de los numerosos militares portugueses armados, apostados en cada esquina, rodeando los cuarteles, mientras la gente de a pie, ajena a la dimensión de lo que realmente estaba sucedíendo, paseaban sorprendidos y ajenos a su lado, mirándolos de reojo, y venían del mercado, tirando de los carritos y de las cestas y las bolsas de la compra.
 
Había llegado el primero
El traslado hasta el Congreso de los Diputados había sido rápido. 
Crucé la Puerta del Sol. Había llegado el primero.
Había una fila de guardias civiles armados y delante de la fachada estaban los seis autobuses. 
Al entrar, en la Carrera de San Jerónimo, observé que todavía permanecían, frente a la puerta del Congreso de los Diputados, los seis autobuses que se habían trasladado  al pequeño grupo de guardias civiles de tráfico, comandados por el teniente coronel Tejero y un selecto grupo de capitanes y tenientes afines.
También, fuera del edificio del Congreso, a lo largo de toda la Carrera de San Jerónimo, discurría una pequeña hilera de miembros de la guardia civil, separados cinco metros unos de otros.
Tenía que actuar deprisa. Hacerme pasar por uno de ellos.

Déjale pasar. Es uno de los nuestros
Con mi cámara Nikon en una mano y el carnet de prensa en la otra, fuí tomando imágenes en exclusiva, a la vez que me fui abrazando a cada uno de los miembros de la tropa golpista salían a mi paso.
Fuí gritándoles al oído, y con enorme emoción, de que era un camarada,  que era uno de los suyos.
Actitud  que  apoyé con sonoras felicitaciones, palmadas en la espalda y gritos desaforados de ¡Arriba España! y de que España no podía seguir como hasta ahora.
Por lo que ellos mismos me pasaban la vez: “Déjale pasar. Es uno de los nuestros ” y posaban, sin ningún recato, ante mi cámara: "Haznos una foto"
Hasta que me di cuenta que no podía mantener por mas tiempo mi fingido papel, que ya contaba con las imágenes, la información necesaria y era el momento de salir de allí. 
Había que salir pitando y tenía que hacerlo deprisa, antes de que me descubrieran.
Por lo que guardé el carnet de prensa en el bolsillo, la cámara en la bolsa y me dirigí, prontamente, a la plaza de Las Cortes, para salir pitando por la calle de El Prado.

El hombre de la gabardina
Pero se me olvidó el hombre de la gabardina. 
Se me olvidó, que en todos los golpes de Estado, siempre aparece la figura de un civil alto, fibroso y desgarbado, vestido con una gabardina de color claro, que pulula por los alrededores, acompañado por un pequeño grupo de hombres armados hasta los dientes, que al verme, enseguida me rodearon.
Yo pretendí continuar con el mismo teatro, haciéndome pasar por uno de los suyos.
Pero el hombre de la gabardina, con gran frialdad, actitud chulesca y la cabeza erguida, me indicó que sería mejor no siguiera por ese camino.
Traté de desviar su atención. Les dije que la cartera con el poco dinero que llevaba, la tenía en mi bolsillo izquierdo.
-No. No. Sabes muy bien que no vamos por ahí. 
Nos vas a dar todos los carretes de película con las fotos hayas hecho, ne dijo sin inmutarse, mientras sus compañeros de armas me arrinconaban con sus pistolas y metralletas contra el muro de la plaza.

El metsuke frente al nerviosismo
La aptitud serena y estable, en medio del nerviosismo del desagradable e inesperado encuentro, el Metsuke, me permitió llegar a la comprensión de El Zanshin, de La Vigilancia. 
-Para una mayor información véase archivo del Blog: Karate ni sente Nansi. No hay primer golpe en el karate-.
Así fue como pude mantener la calma y los reflejos a punto. Sin que me temblaran las piernas.
Eso me salvó.
A alguien se le  pudo haber disparado alguna de las numerosas armas de fuego que portaban y que apretaban, con sumo interés, contra mis costillas flotantes, contra el hígado, el bazo, frente a mi palpitante corazón.
Sn que pudiera evitarlo, el hombre de la gabardina me arrebató la Nikon, la abrió y destrozó, con su dedo índice, la cortinilla de mi cámara fotográfica y velaba todos los rollos impresionados, exponiéndolos a la luz. Luego lo intentó con algunos de los carretes sin impresionar.

-Esos son carretes vírgenes. Están sin impresionar. Alegué en mi defensa.
-Es igual. Es igual. Esos también. No te muevas.
-¿Le damos ya a éste el tiro de gracia jefe?. Dijo uno de ellos mostrando su metralleta impaciente.
-No. Espera un momento.
-¿Esperamos a que todo esté algo mas tranquilo?
-Si. Espera a que te de mi señal.

¿Amigos o enemigos?
En esto, un coche ranchera de la Policía Nacional, las populares lecheras, entró despacio por la calle de El Prado, con varios números en su interior, los cristales bajados y la radio de trasmisión a todo volumen.

- ¡Control!.¡Control! 
Tenemos, frente a nosotros, en la plaza de Las Cortes, en la intersección con la calle de El Prado, a un grupo indeterminado de civiles armados y a un periodista. Comunicaron por radio.
-¿Son amigos o enemigos?. Le contestó una voz al otro lado.
-No lo sabemos. ¿Qué hacemos?

Soy periodista
Con determinación, aprovechando el desconcierto, me lancé contra el capó del coche de la policía nacional, con los brazos en alto, bien extendidos y dando grandes voces:
-¡Soy periodista! ¡Soy periodista!.
Eso hizo que el siniestro hombre de la gabardina y sus secuaces, desaparecieran rápidamente calle arriba y el que yo me dirigiera al Hotel Palace, una manzana mas abajo.
Hotel Palace, que enseguida se convirtió en el cuartel general del Gobierno Provisional de Subsecretarios y punto de encuentro de los periodistas.

Una mañana fría
La mañana del día 24 de febrero del año 1981 amaneció temprano. 
Una visible lengua espesa, calina, blanca y fría, que se asomaba desde la Puerta del Sol, dejó entrever la salida de la fuerza ocupante, que se descolgaba por una ventana lateral del edificio del Congreso y se entregaba a sus compañeros de armas.
Sorprendentemente, todos pudimos ver como los golpistas daban sus metralletas a sus compañeros, que éstos recogían. Y cómo éstos se las devolvían después, una vez que había saltado desde la ventana a la calle.
Tras ello, y por la puerta principal, comenzaron a salir los escoltas y los diputados.
Todos con caras de circunstancias, alivio y muy cansados. 
Instantes antes, en una esquina del patio del Congreso, el teniente coronel Antonio Tejero Molina había firmado su rendición encima del capó del coche oficial de un conocido diputado .
Yo no dejé de disparé varias veces mi cámara, en aquel frio amanecer del mes de febrero de 1981.

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